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Tu y el miedo

Tu tiene el pelo largo, negro azabache, y cubre su cuerpo moreno únicamente con un pareo que enrosca en su cadera. Lo conocemos en la isla tailandesa de Koh Muk escudado por una guitarra vieja en la que toca a Marley y Dylan, aunque lo suyo es el sitar.


No tardamos en aproximar nuestras sillas hacia él hasta que cantamos juntos “Summertime”, y cuando le decimos que somos de España y México toca “Clandestino” con sabor tailandés, contándonos que Manu Chao se hospedó varias veces en su pequeño hostal en Bangkok.


Como nosotras, está de paso por las remotas islas Trang, visitando a un amigo con el que hemos contratado un tour a la isla de Koh Kradan y a la llamada “cueva de la esmeralda”, una playa escondida entre las formaciones rocosas de Koh Muk.


Tu nos acompaña en el recorrido y se convierte en guía turístico y espiritual improvisado. Sus 54 años no le impiden realizar posturas de yoga que rozan el contorsionismo mientras nuestro “longtail boat” recorre las aguas turquesas del mar de Andamán.

Atracamos en una minúscula playa en la que los únicos pobladores son unos cuantos manglares que se asoman hasta la orilla desde la densa selva que cubre la isla. Estamos solas con Tu, el capitán del barco y dos turistas alemanas que escapan del frío berlinés.


No puedo sumergirme a descubrir los corales y peces multicolores que esconden estas aguas por una infección de oído que empezó poco antes de iniciar el gran viaje, así que la conversación con Tu se prolonga mientras los demás hacen snorkel.


Me habla de sus viajes y aprendizajes en la India, de la necesidad de abrir los canales de nuestro cuerpo para dejar fluir la energía: permitir que la que no nos sirve salga, que la que necesitamos entre.


Sentados en la orilla, mientras las olas de este mar tranquilo nos golpean el cuerpo, aprieta las palmas de mis manos con sus pulgares y me dice con su aire de maestro budista: “¿sabes qué provoca el dolor de oído?. El miedo”.


Y puede que sea verdad. El proceso de dejar un buen trabajo como periodista en México y dedicar mis ahorros a un viaje con el que siempre había fantaseado resultó más difícil de lo que pensaba. El miedo, pese a la firme convicción en mi decisión, me invadió mientras resonaba en mi cabeza la pregunta: “Y, cuando vuelva, ¿qué?”.


Los demás salen del agua y nos encaminamos a la “cueva de la esmeralda”. Nadamos unos 70 metros por una oscura caverna hasta que se abre ante nosotros una playa rodeada de vegetación en la que se dice que los piratas escondían sus tesoros. Nos tumbamos en la arena y el sol de la tarde pega en las laderas, donde crecen árboles desafiando las leyes de la gravedad. Al volver, Tu me pasa la guitarra en el barco y cantamos juntos “Chan Chan” mientras dejamos atrás las verdes montañas flotantes de las islas Trang.


Se me va olvidando el miedo.



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