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La última comilona en Camboya

No voy a mirar por la ventana del tren, aunque ahí fuera esté lleno de mujeres envueltas en coloridos saris, los hombres vestidos de riguroso blanco luzcan barbas naranjas por el efecto de la henna, las vacas se confundan con perros callejeros, el viento arrastre como si fuera un tornado la arena procedente del indio desierto del Rajastán al que nos acercamos.


Tengo que dejar de viajar durante el más largo viaje, de ver aunque mis ojos no puedan dejar de sorprenderse y concentrarme en esta hoja en blanco. Vuelvo a ese mercado oscuro, el Mercado Ruso de Phnom Penh en Camboya. Vuelvo a escurrirme entre las montañas de ropa barata, entre los puestos de pescado seco, y me siento a comer en el único lugar que sigue abierto.


Con señas pido dos piezas de unas frituras que prepara con desgana una mujer en una gran sartén que podría ser una paellera. Está alzada sobre unos ladrillos y se calienta al carbón, por lo que las tortitas de pasta de arroz y cebollín que nos sirven están crujientes por fuera y jugosas por dentro. Miro de reojo a la señora camboyana de mi lado y copio su técnica de bañar el platillo en una salsa picante y dulce.


Está delicioso, así que arraso con las tortitas y sorbo hasta la última gota del espeso caldo de pescado en el que están bañadas. Cuando terminamos y me acerco a tomarle una fotografía a la cocinera, se asoma por la pared una gran cucaracha que está tan cerca de la sartén que podría dar un pequeño salto y darse un baño en el aceite. Sólo ruego no ponerme mala.


Pero no me pongo mala. Todo lo contrario, me maravillo a cada paso con la variada cocina camboyana. En los puestos callejeros puedes encontrar una cáscara de huevo con un hueco en el que yace un embrión de pato. No te voy a mentir, no lo pruebo. En el lujoso restaurante Romdeng, una antigua casona con piscina, se sirven tarántulas a las brasas. No te voy a mentir, tampoco las pruebo.


Sin embargo nos atiborramos a mariscos al carbón en la paradisíaca playa de Koh Rong, a brochetas de pollo, codorniz y cerdo en la barbacoa del Savanna en Phnom Penh, al tradicional Amok de pescado con su condimentada salsa de coco en el Khmer Cuisine, a la jugosa lubina a la sal del Touich de Siem Reap.


Para nuestra última gran comilona en Camboya, en la ciudad costera de Sihanoukville, elegimos un restaurante fusión bastante elegante y muy recomendado en la guía. Empiezo con unas vieiras y una ensalada de mango para cerrar con un pescado en salsa verde del que no dejo ni rastro.


Tras el festín nos subimos al autobús que nos llevará de regreso a Phnom Penh para dirigirnos a nuestro próximo destino, Laos. Estoy en la ventanilla, pero evito mirar hacia fuera para concentrarme en escribir sobre el viaje. De repente siento un pinchazo en el estómago. Un sudor frío me recorre. Me digo que ya se pasará. No se pasa. Me apoyo sobre el asiento de adelante, pero antes de darme cuenta estoy vomitando sin control sobre el suelo del autobús.


Después de siete horas de viaje pegada a una bolsa de plástico, ya sintiéndome mejor, me digo para mis adentros: no vuelvo a dudar de los mercados.



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